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viernes, 19 de diciembre de 2014

Ave y Río

Ave voladora
de volátiles revuelos,
altos vuelos celestiales
entre nubes condensadas.
Corriente encantadora
que canta con tu encuentro,
abrupto recorrido
de aguas turbulentas.

Ave y río.
Origen destinado
en su punto de partida.
Cambio estatizado
en su dinámica existencia.
Volamos y corremos:
río de aves voladoras,
plumas de follaje rivereño.

Soy esta corriente
de calma y exabruptos,
rápidos y esteros
que viven y vegetan
que te aman y detestan.
Ese vuelo eres,
etéreas libertades;
ese sueño eres,
pasajeras tranquilidades.

Y este Río que corre
entre los filosos riscos
de la vida cotidiana,
y el Ave que regresa
a besar las cristalinas aguas
del Río que no ha dormido.

Y esa simbiosis vital
y ese contacto puro
y ese yo que no soy tú
y esa tú que no eres yo
y ese nosotros,
que sí somos nosotros:
henos aquí encontrados,
tu frescura de vuelo
con mi libertad de cauce.

Vuela Avecilla,
ve por tu Amoroso.
Rehúye las venas fluviales
del arroyo sangriento,
esquiva la arteria hidratada
de violencia sangrante.
Corre y vuela, recorre y revuela
porque el ave
siempre regresa al río

y este Río, caramba,
siempre refresca a su Ave.


Refulgentes arreboles,
frustración de amor;
el Río se escabulle
pero nunca te rehúye.
Río de bajos revuelos,
corriente sanguínea
de arterias complicadas,
corriente traicionera
entre el verde follaje
por verdad entreverdeado,
ramas,
hojas,
troncos,
pájaros.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Críptica didáctica


Críptica didáctica


Regresaste triste y cabizbaja, 
sin importar el triunfo de tus enseñanzas. 

Te siguen doliendo los males del mundo, 
de tu mundo, 
de este pobrecito país 
que se bate en la violencia, 
entre la sobrevigilancia de soldados viciosos 
que combaten al vicio, 
violencias castrenses contra la miseria 
de este orden incurable e infeccioso.

¿Cuánta derrota viste en ese muro de la ignominia? 
¿Cuántas cruces lapidarias atravesaron tu sensible mirada? 
¿Y para qué las enseñanzas? 
¿Qué pueden profesar los profesores? 
¿A dónde fue a parar la vieja magia del magisterio? 
¿Qué le queda a la docencia ante tanta indecencia?

Y es que siempre son los jóvenes los que caen abatidos. 
Los que mueren a balazo limpio y cuchillada sucia. 
Ahora mutilados, desmembrados, 
hechos mierda o de perdida picadillo. 
¿Cuántos de ellos consumieron con su muerte 
la enseñanza que les diste? 
¿Qué aprendieron para caer fundidos?

Y desde entonces las cosas empeoran.
Y la escuela no hace mucho contra ello.

Porque para andar de sicario se requiere talento. 
De ese que pasa invisible en las aulas. 
De ese que resulta ignorado en la escuela, 
de ese que termina reprobado en la boleta, 
de aquel que hace ruido a la docencia, 
de aquel que altera al magisterio.

Es que no lo vimos venir, 
recorrimos sus surcos 
antes de que se anegara de violencia sangrante, 
y no supimos lo que se sembraba, 
nos ahogamos en la estela en que navegaba 
sin saber a qué puerto se enrumbaba.

¿Y qué idea nos obnubilaba el pensamiento? 
¿En qué filosofía nuestra sensibilidad filosofaba? 
¿Qué pedagogía incomprensible descifrabas? 
¿En qué críptica didáctica tu entendimiento se atoraba?

No hubo lucidez: 
no lo vimos, 
tampoco lo sentimos. 



Por supuesto, 
jamás lo comprendimos.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Ave y Río


Ave voladora
de volátiles revuelos,
altos vuelos celestiales
entre nubes condensadas.
Corriente encantadora
que canta con tu encuentro,
abrupto recorrido
de aguas turbulentas.

Ave y río.
Origen destinado
en su punto de partida.
Cambio estatizado
en su dinámica existencia.
Volamos y corremos:
río de aves voladoras,
plumas de follaje rivereño.

Soy esta corriente
de calma y exabruptos,
rápidos y esteros
que viven y vegetan
que te aman y detestan.
Ese vuelo eres,
etéreas libertades;
ese sueño eres,
pasajeras tranquilidades.

Y este Río que corre
entre los filosos riscos
de la vida cotidiana,
y el Ave que regresa
a besar las cristalinas aguas
del Río que no ha dormido.

Y esa simbiosis vital
y ese contacto puro
y ese yo que no soy tú
y esa tú que no eres yo
y ese nosotros,
que sí somos nosotros:
henos aquí encontrados,
tu frescura de vuelo
con mi libertad de cauce.

Vuela Avecilla,
ve por tu Amoroso.
Rehuye las venas fluviales
del arroyo sangriento,
esquiva la arteria hidratada
de violencia sangrante.

Corre y vuela, recorre y revuela
porque el ave
siempre regresa al río

y este Río, caramba,
siempre refresca a su Ave.


Refulgentes arreboles,
frustración de amor;
el Río se escabulle
pero nunca te rehúye.
Río de bajos revuelos,
corriente sanguínea
de arterias complicadas,
corriente traicionera
entre el verde follaje
por verdad entreverdeado,
ramas,
hojas,
troncos,
pájaros.

jueves, 11 de octubre de 2012


María Elena

En el cristal acuoso
del café de tu mirada,
me hundo,
                               me empapo,
                                                       nado,
                                                                           me ahogo.
En la risa estridente
de tu carcajada loca,
te oigo,
                       me aturdo,
                                                 escucho,
                                                                            ensordezco.
En el débil murmullo
de tu llorosa voz,
te busco,
                         me acerco,
                                                   atiendo,
                                                                              enmudezco.
En la dulce mordida
de tu fuerte diente blanco,
te succiono,
                            paladeo,
                                                   saboreo,
                                                                            te devoro.
Una prosa o un verso,
                                   un abrazo con un beso:
                                                           el amarte sin esfuerzo.

viernes, 10 de agosto de 2012


Silencio de mar

Este bulto envuelto entre cobijas
es el cuerpo cansado de mi amor
después de una faena de eróticas fatigas...
Como en una ancha franja de arena
su piel se extiende, se levanta y le da forma
a esta mujer de carne y de ternura
que se acurruca junto a mí en mi lecho.

Hoy su sueño es la playa en calma
y en su cara explota el silencio del mar:
descanso intermitente entre el rugido de las olas,
franja que humedece, alimenta e ilumina
entre los días cotidianos de brava tormenta
y el dormido letargo de tardes sombrías.

Así seguirá unas cuantas horas:
descansando tranquila al ritmo de sus respiros,
calientita y relajada después de los suspiros,
satisfecha y bien amada al compás de mi cariño.
Pocas veces se le ve como ahora,
por eso me vine a cantarle a deshoras,
con alegría dentro y cansancio en el hombro,
a ver si en su mar por al descubro
la resaca de este insomnio.

miércoles, 18 de julio de 2012


Aprender a amarte-

Para aprender a amarte
no necesito entregar
todo el equipo de mi dotación humana.

La tendencia entreguista del amor doméstico
acaba con la posibilidad deseada
de sentirte y no tenerte.

El metysaca marca
el ritmo de los sentimientos.

Si soy,
lo soy porque mi vida me ha costado.

Pero también lo soy con otros
y, entre esos otros,
puedes estar tú...
si lo deseas.

lunes, 16 de julio de 2012


Laurinda

I

En estos días por verdad humedecidos 
por fin saldrás de tu cuerpo seducido, 
ya no brotará de tus ojos escondidos 
la tristeza punzante de tus lágrimas amargas, 
ya no correrá el amor fluido 
con la sangre roja de tus infinitas venas, 
callarás para siempre el irritante sonido 
de tus angustiosas penas.


II

Te nos fuiste mojada 
hacia otro mundo, 
borraste para siempre 
el sonido grave 
de tu llanto agudo. 


Es que tu vida terminó 
en el último extremo 
de este embudo: 
te creó el amor 
con su pasión callada 
y su erotismo mudo, 
te mató el amor 
con su ambición frustrada 
y su realismo crudo.


III

En estos días 
(erotismo mudo) 
la vida muerta 
tiene olor a humedad.


En la tierra fértil 
de la tumba que te espera 
posarás tu cuerpo, 
enlodarás tu cara, 
callarás para siempre, 
dormirás enfangada.


Mojada te fuiste 
porque mojada naciste; 
de la humedad viniste 
a la humedad volverás.


La sangre caliente 
del amor en tus venas
no fluye, 
no mana, 
no late, 
se extraña.

viernes, 19 de agosto de 2011

El fuego que me abraza
y me convierte en brasa,
me abrasa y me trastoca
en volutas de humo enternecido:
ígnea luz de telúrica emoción.

viernes, 5 de marzo de 2010

PARA TI, MI MAESTRA.

El Sol marca las horas en las paredes de mi cuarto.
Por suerte,
la mañana está clarita
y la oficina duerme su descanso al fin de la semana.
El aire acepta la invitación abierta de las ventanas,
entra
y rasura el hollín de mis pulmones.

En esta habitación cargada de recuerdos
apareces madrugando entre el sueño y mi locura.
Siento el olor de tu entrepierna
y huelo el aroma de tus senos.
Mis manos,
que te tienen bien medida,
te buscan sin tu encuentro
en estas sábanas de mi amor hoy solitario.
Sólo mi oído es capaz de escuchar tu voz
en toda la amplitud de sus tonalidades:
las alegres y las solemnes,
las tristes y las agresivas.

Entonces te fabrico en mi memoria,
te reproduzco como sólo yo sé hacerlo.
Pero la invención de ti no es toda mía.
Tu recuerdo está moldeado por martillos de ternura,
por los impactos sabrosones de tu presencia
cuando crees que estoy ausente.

¿Un ejemplo?

Por la voz equilibrista de la maestra que amo,
que se balancea entre el mando y el cariño,
cuando llego sudoroso desde lejos
y te veo entre los chavos,
tus alumnos,
ordenando,
acariciando,
entregada con tu enorme entrega
a ese tumulto de chamacos pobres.
Tu voz se gasta pero tu rostro ríe.

Recortada como estampita que un niño pegó en su álbum
tu figura diminuta sobresale entre los patios de tu escuela.
Entonces te conviertes en antena receptora de todos los afectos
y de la enorme admiración de tus pupilos.

Yo me acerco callado,
despacito.
Mi corazón retumba de contento.
Es que te ves chulísima, maestra.
Es mediodía,
y en tu pelo azotan resplandores
que bajan desde el Sol
para poner arreboles
sobre el castaño intermitente de tus cabellos.

Entonces regreso a mi infancia...
Arrebatas mi más ancha sonrisa
y se me antoja correr
a toda la velocidad
de mis piernas ya peludas.
Correr y alcanzarte,
pedirte un permiso,
cualquiera,
el que sea,
uno que me sirva de pretexto para acercarme a ti,
poder hablarte,
obligarte a que me mires a los ojos
y, ojalá,
me acaricies la cabeza sudorosa,
que me digas 'zopilote'
y yo sienta que mi maestra,
tan bonita,
me quiere mucho-mucho-mucho.

O mejor no te pido el permiso,
maestra Sué.
Mejor corro alrededor de ti,
jugando a que soy un indio,
un indio que danza sus rituales
en torno de MUJER-BLANCA,
ESPOSA-DE-LOS-DIOSES.
Corro como loco y aúllo,
brinco,
salto,
golpeo al que me estorba;
sigo con mi movimiento de traslación,
más violento,
más rápido,
dando gritos salvajes que me desgañitan;
salto,
corro,
grito,
más fuerte,
más,
más,
MÁS,
¡MAAASS!...
hasta que la garganta se confunde con el grito
y desaparecen mis compañeros,
esos intrusos que distraen tu atención
y no te dejan que me veas cómo YO, INDIO-FUERTE,
BAILA-DANZA-DE-AMOR-A-DIOSA-MAESTRA.

¿O qué te parece,
maestra bonita,
si me arreglo como el niño que realmente fui?
Callado
(aunque no mucho, claro),
cariñoso y enamorado,
parado junto a ti
y elevando mi mirada triste
hacia la brillante alegría de tus ojos.
Así,
mientras paladeo un dulce,
me agarro de tu mano,
de esa mano suave y regordeta,
tan distinta de las manos
recias y huesudas de las otras maestras;
meto mis dedos entre los tuyos
y siento tu calor recorrer todo mi cuerpo
y calentar mis pies eternamente fríos;
cierro mis ojos y mis oídos
para recargar mi cabeza en tu cadera,
prendido al embeleso de sentir que me proteges
y que, a tu lado,
esa bola de chamacos que son de mi salón
no pueden molestarme
y que así,
contigo a mi lado,
puedo enfrentarme a los vagos de mi cuadra
sin que me digan menso, enano o marica.

Pero resulta que te estaré observando desde lejos,
recargado en otro muro,
con los brazos cruzados
y una sonrisa invadiendo mi rostro.
No tendré que pedirte un permiso,
ni tendré que correr alrededor de ti,
ni agarrarme tímidamente de tu mano.
Sólo tendré que llamarte con alguna de nuestras claves,
ya sean las del humor, las del amor o las que sean.
Podré decirte 'primor' y extender mis brazos
(que ya no son de niño)
hacia donde vienes tú
y esperar a que con tu peso y tu estatura
(ésta sí de niña)
corras hacia mí y sacudas mi equilibrio
con el dulce impacto de tu tierno encontronazo.

Entonces hundiré mi olfato en el discreto sudor de tu cuello,
para aspirarlo y gozar del perfume de tu cuerpo.
Mis manos recorrerán tu espalda de arriba abajo,
insinuarán que acarician tus nalgas
y, apoyadas en toda la fuerza que mis brazos tienen,
te apretarán contra mi cuerpo
hasta sentir el temblor de tus pezones estrellarse con mi pecho,
hasta que sientas la protuberancia de mi pantalón
chocar violenta contra tu bajo vientre...

Allí desaparecerán los niños
y, sin embargo,
siempre se quedarán presentes.
Nos verán en este apunte imaginario del amor
y no sentirán los celos.
Tal vez empiecen por aprender a quererme,
porque yo soy tuyo
y, para ellos,
todo lo que sea de su maestra
es bueno y chance se pueda aprender.
Claro que nunca sabrán
(pero sospecharán)
que esta noche
la vamos a pasar juntos,
en este cuarto,
acostados,
empiernados...

No importa:
la pasaremos.

SILENCIO DE MAR.

Este bulto envuelto entre cobijas
es el cuerpo cansado de mi amor
después de una faena de eróticas fatigas.
Como en una ancha franja de arena
su piel se extiende, se levanta y le da forma
a esta mujer de carne y de ternura
que se acurruca junto a mí en mi lecho..

Hoy su sueño es la playa en calma
y en su cara explota el silencio del mar:
descanso intermitente entre el rugido de las olas,
franja que humedece, alimenta e ilumina
entre los días cotidianos de brava tormenta
y el dormido letargo de las tardes sombrías.

Así seguirá unas cuantas horas:
descansando tranquila al ritmo de sus respiros,
calientita y relajada después de los suspiros,
satisfecha y bien amada al compás de mi cariño.

Pocas veces se le ve como ahora,
por eso me 'vine a contarle a deshoras,
con alegría dentro y cansancio en el hombro,
a ver si en su mar por fin descubro
la enredada hilacha de este insomnio.

MI MUJER DORMIDA.

Qué linda te ves ahí acostada.
Estás desnuda sobre mi cama,
respirando tranquila,
con tu rostro en calma.
Todo en ti está quieto,
tu angustia se marchó
y escondió bajo la almohada,
tus prisas corrieron,
tu tensión descansa.

Qué linda te ves...
¿en qué estarás soñando?
¿Tú y yo empiernados,
en la cama, rodando,
amando? Tal vez...
Estás inventando un mundo,
lejos de tu tiempo iracundo,
mundo que ríe y canta,
que goza y no se espanta.

Qué linda te ves...
has volado a otro tiempo,
ya no estás aquí,
sin embargo estás conmigo.
Puedo acariciar tu piel
con un toque erotierno,
hundirme en ti
y hacerme uno contigo,
festejar la noche
fornicando bien...
o en tu vientre blando
reposar mi sien.

miércoles, 27 de enero de 2010

ONOMÁSTICO

Hoy, martes, la mañana irrumpió
como casi todos estos días:
brumosa, ahumada, casi sin sol.
También la ciudad amaneció
con su acostumbrada monotonía.
Todo parece igual.
No hay nada que borre el hastío,
ni que otorgue placer a estas mañanas
derruidas por aburrimiento rutinario.

Los mismos miedos de ayer,
pero con menos certezas.
Los únicos asombros
que restan a mi angustia,
surgen victoriosos
de un abismo de ternura
pernoctan y deambulan
bajo un pesado manto
de amor y de esperanza,
aturden y presionan
desde un pequeño bulto
de vida renacida:

Es mi hija,
infante-camarada
de sexo femenino,
intrusa-entrometida
inaugurada en el cariño,
huésped invitada
albergada en mi destino.

Hoy, mi nueva ciudadana
festeja un onomástico:
nació hace pocos días;
ahora está cumpliendo
sus propias horas de viva
y, en su mentalidad lactante,
su edad alcanzó la mayoría.

Yo,
vinculado ya
a la edad adulta,
me incorporo plenamente
a su infantil cordura
y festejo sus horas y sus días
sin esperar los transcursos celebrados
en esta era de soledad y hastío.

Niña cachetona
de augurios y esperanzas,
con el pretexto fácil
de tu cumpledías,
me pongo a recordarte,
me gusta imaginarte...
quisiera yo contarte
el cuento de tu vida.

NIÑERÍA

Me place reposar
el cuerpo entero
tirado por completo
sobre bordes y banquetas...
Todo es tan distinto:
los cuerpos alargan su estatura
y todas las cabezas
se proyectan hacia el cielo.

Un cansado
sol calienta el aire
a estas alturas.
Aquí no sopla el viento
sólo ráfagas sin orden
revuelven mis cabellos.
Los motores rebotan
en el suelo sus sonidos
y el estruendo llega
ronco, envolvente, sordo.

Este reposo de banqueta
sabe a cuentos infantiles:
he alcanzado la estatura
de los niños
y veo que eso es bueno.
El mundo es alto,
hermoso, inaccesible;
sólo el que desde lo alto mira
alcanza la visión del que domina.

En esta estatura de hormiga,
la vida aplasta pero no hiere;
gozamos, yo junto a los niños,
de este espacio horizontal,
aparte y lejos del bullicio.

Aquí transcurrimos clandestinos,
por eso estas aceras
desde siempre han sido
refugio de borrachos,
limosneros y de niños.

domingo, 10 de enero de 2010

HUMEDADES

I

Esta puede ser una tarde amarilla de mojadas tonalidades. Las nubes me empaparon con la húmeda expresividad del día en que te encontré abierta a la vida y tú derramaste tu color para iluminar de amarillo la gris oscuridad del mundo en el que transcurrimos

Esta tarde tiene mojados sus resplandores amarillos y la vida se humedece de tinturas que no habíamos conocido en los días más finitos de nuestras antiguas pasiones. Por eso la tarde alarga el intersticio mientras nosotros abrigamos el colorido calor de la ternura entre nuestros cuerpos apretados como enanos querendones.

El Sol parece celebrar el húmedo encontronazo, calienta la mojada tarde y nos anima a que choquemos poco a poco y a que nos desnudemos día con día...

II

Qué tarde tan extraña. Es pleno enero y está cayendo una lluviecita fría que, además de pintar de gris el cielo, ocultó los sonidos de la calle, los ruidos de tu casa. Sólo escuchas el repiquetear de las gotas cayendo...

Tal vez un avión, montado sobre la nube, logre enmudecer a esa humedad condensada que moja el polvo de tu ventana. Allá va el avión, se esconde vertiginoso entre las esquinas redondas del cielo y se vuelve pequeño al mismo tiempo que su voz se hace un murmullo y llega a confundirse con el imperceptible sonido del viento.

Otra vez la lluvia. Son miles de tambores diminutos, conjugados en un canto sin más altibajos que el susurro, un coro multitudinario de percusiones que acarician tus tímpanos. Allí están, ahora un poco más fuertes... ¿Los oyes?

Llueve y hace frío, es de tarde y ya casi está oscuro. Puedes asomarte a la ventana y respirar el aire casi helado cargado de humedad: sentirás la brisa pegar en tu rostro y un agradable frío te envolverá. Entonces buscarás la más lejana porción vegetal del paisaje y encontrarás un bosque semioculto por el humo y la neblina, en el que adivinarás cantos de pájaros, carreras de conejos y hasta saltos de venados; verás el pasto casi seco del parque con sus planicies amarillentas y, en el fondo, el pequeño cerro cubierto de eucaliptos, que se extiende y se levanta hacia el poniente. Atrás de lo que la lluvia y la niebla no te dejan ver, amurallando la frágil ciudad, están los poderosos montes de la Sierra del Ajusco.

Esas imágenes entrarán a tu cabeza cuando abras la boca y jales con violencia el aire humedecido que se colará hasta tus neuronas; volverás a querer atrapar entre tus labios el agua que cae en diminutos fragmentos de lluvia. Con la frente apuntando al cielo, repetirás el movimiento que hiciste años atrás... Una vez más, tu sed no será mitigada y de nueva cuenta sentirás la potente depresión de la impotencia...

En esta tarde mojada de enero hará un frío refrigerante que atemorizará por un momento tus ansias de salir y empaparte. Cerrarás los ojos y pensarás en la gente que amas. Allí llegarán a ti tus antiguas fantasías y tu corazón adquirirá el ritmo de ese chipi-chipi susurrante que te cuenta al oído todas tus cuitas. Apretarás un puño y dejarás caer la cabeza sobre él; sin fuerzas anímicas ni corporales, intentarás recobrar la capacidad física de tus manos crispadas dejando reposar tu cráneo entero sobre la leve protuberancia de tus nudillos

III

La tarde sigue siendo extraña. Continúa lluviosa pero el frío ha ido desapareciendo. Ya no escuchas el ruido de las gotas golpear en tus tímpanos. Si acaso, algún chorro que cae de algún lejano desagüe de azotea.

En lugar del avión, la autopista ha ido levantando su rugido, como si fuera una boa satisfecha después de haber saciado su apetito con los cientos de miles de autos que ingresan a ella para llevar a sus conductores de regreso a sus respectivos hogares en el suburbio. Aguzas el oído y logras distinguir sonidos de motor. Así, alcanzas a escuchar un coro constante que suena por atrás de las máquinas: es el sonido del agua al ser aplastada entre las llantas de los automóviles y el asfalto de las calles.

Junto con el frío se han ido alejando las nubes cargadas de lluvia; el cielo aparece cada vez más dividido en dos franjas: una azul que se ensancha hacia el sur y otra negra que se hace cada vez más angosta.

Estás arrodillado sobre tu cama, tus codos soportan parte de tu peso, recargados en el pretil de tu ventana. Casi te cuelgas porque tratas de captar mejor la canción de algún pajarillo que canta trepado quién sabe en qué distante rama. Es un silbido monótono, repetitivo... Estiras el cuello y, aprovechando la posición, volteas a mirar hacia la serranía de tu devoción.

El aire sigue sin permitir la suficiente claridad de visión como para que puedas ver al Ajusco. De todos modos, te das cuenta de que la atmósfera se ha ido aclarando muy lentamente. Así se te vuelve a escapar el tiempo, lo dejas ir tratando de oír a aquella ave, pero casi no la escuchas; quieres vislumbrar la serranía pero apenas se confunde con los contornos de las nubes que se van alejando.

El Sol no termina de caer y sus rayos ya no llegan libres y directos, tal vez este día ya no lo hagan. El crepúsculo se aproxima pero tú no te das cuenta porque después de ese cielo tan profundamente encapotado, cualquier luz de anochecer es suficiente para que confundas las horas y sientas que la tarde ha retrocedido. En todo caso, te quedas con la sensación de estar presenciando el anochecer más iluminado de tu vida.

Estás embelesado, sorprendido por la claridad. Estás colgado, sostenido por los codos.

IV

Recordarás el contacto silencioso de su cuerpo como un presagio de confusa violencia entre la atmósfera humedecida. Inclinarás la cabeza hacia la ventana y mirarás las nubes grises alejarse hacia el sur, rumbo al Ajusco. Te sorprenderá la repentina claridad del firmamento en esa noche, después de una tarde tan oscurecida como esa.

Sin dejar de contemplar el cielo, te quitarás el reloj para ignorar las horas y lo arrojarás por debajo de la cama. Sentirás el impulso de volverte a asomar por la ventana, pero el polvo acumulado entrará a tu nariz, estornudarás, y la súbita reacción de tu organismo te hará pensar en la amenaza de un resfrío. Concentrarás tu pensamiento en la sensación de tu propio cuerpo. Sentirás un frío húmedo perfectamente soportable, incluso vivificante. Ningún dolor, ningún malestar. Sólo percibirás un profundo cansancio anímico y la necesidad imperiosa de sacudir esa modorra del alma.

Entonces te invadirán unas intensas ganas de salir, de huir hacia la calle para vivenciar todas sus miserias y ver si el violento encontronazo con la realidad callejera pudiese sacudir tu ánimo, así como el estornudo despabiló tu cuerpo. Abrirás la puerta de tu casa y lo primero que verás será un automóvil veloz rebanando el agua de lluvia con sus llantas. Esa será tu bienvenida a la violencia callejera. Te detendrás un momento con la manija de la puerta en la mano, sin decidirte a entrar a la confusión urbana. Durante ese minuto regresarán a tu mente las visiones del pasado: una atmósfera húmeda y casi fría, iluminada por una luz que caerá sobre las gotas que mojan los tallos y las hojas, que empapan la flora que vegeta en tu casa.

V

Sales a la calle y respiras la humedad que empapa el ambiente. Volteas hacia uno y otro lado de las aceras vacías. Los árboles lagrimean gotas de lluvia como si fueran rocío.

Te encaminas hacia el parque, ansioso por pisar el pasto mojado, sentir la fría frescura del agua penetrar por los agujeros de tus tenis y mojar tus pies ya de por sí helados. Pronto cerrarán el parque pero eso a ti no te importa; lo sabes y lo afrontas gratuitamente, como si desearas la amonestación de los vigilantes.

El policía de la entrada te mira con toda la suspicacia de que es capaz un guardián uniformado, en caseta y con pistola. Lo miras de frente, duro, retador, un poco amenazante; él desvía la mirada y te deja pasar sin decir nada.

Sientes al policía como el último reducto de la vigilancia represiva y te animas a internarte en el parque, dispuesto a tirarte panzarriba en el pasto mojado, a sentir cómo se va humedeciendo la tela de tus vestidos y mirar aparecer las constelaciones estelares. No piensas en el peligro de la enfermedad ni en las amenazas de la vigilancia autoritaria.

La supercarretera que bordea al parque sigue emitiendo su rugido constante: es un rumor sordo y eterno que llega a confundirse con el silencio. El murmullo motorizado de la carretera se rompe con el ruido rítmico de tus pies al caer paso a paso sobre los charcos. Te escuchas caminar lento y acompasado.

No tienes prisa, sólo una extraña urgencia de llevar tu mente a un lugar seguro, donde no te acosen las angustias, para poder revivir momentos y situaciones definitorios en tu vida; aprovechar la inercia de los recuerdos para impulsar tus planes a futuro.

VI

Puedes partir de tu sensibilidad más primaria, tal vez de la humedad que pega en tu nariz y empapa la piel de tus mejillas, de tu frente, de tus brazos y tus manos. Sabes de aguaceros y lloviznas, de charcos y arroyuelos, de lodos enfangados.

Pero esta agua no viene con la lluvia fértil de los temporales benignos, no emana de las tuberías potables que entretejen las entrañas de esta tu ciudad que flota sobre un lago; no brota de los manantiales subterráneos que burbujean en vida. No.

La humedad que te empapa tiene un espacio y un tiempo específicos: es la angustia cotidiana que transcurre como caudaloso río entre los abruptos relieves de tu agudo desconcierto vital; es el canal del desagüe de este estilo de vida; es un caudal que evaporado se desborda y empapa de ignominia la calma de la noche y la inquietud del día.


De Cariñando en Humedades

AUN NO AMANECÍA

Ayer
de madrugada
salió el Sol
pero no amanecería

La triste soledad
de la noche vórtice
sintióse rasguñada

Un diminuto
rayo luminoso
curioso asomó
por la ventana

El Sol se alzó
pero aún no amanecía

La intensa luz
del inmenso astro solar
no fecundó mi tristeza
ni la ya larga y pesada
opacidad de mi vida

La noche se acabó
se hizo de día
pero entonces
aun no amanecía.


De Cariñando en Humedades

DERROTEROS

¿Cuántos derroteros habré de pasar?

La luz de mi mente se ha ido apagando
paulatinamente.

Y ahora que lo pienso bien,
nunca nada me ha convencido;
siempre he guardado muestras
del licor más amargo
para madurarlas en la cava de mi ser.

Por hoy, nadie me entiende,
ni yo mismo encuentro
en dónde radica mi dificultad.

He llegado al triste punto
en el que ya nadie me ofrece nada.

Ni yo mismo.



De Cariñando en Humedades

CUANDO LA MANO SE CANSA

Y después de todo,
cuando la mano se cansa,
no hay camino ni ruta
que siga el pensamiento creador;
se acaba el hombre
y se queda el espejismo
de un algo inexistente
en la profunda esencia
de la transformación social.


De Cariñando en Humedades

ALGO ASÍ COMO LA RABIA

Fuimos algo así como la rabia
un ser sin estar en medio de la batalla
una vida que se va
hacia un futuro carente de esperanza...


De Cariñando en Humedades

FUGA A LA MONTANA

Subir a la montaña y perderse
en su negra amargura,
en su profunda conciencia.

Encontrar en la muerte
el amor que el capitalismo negó.

Escupir toda efigie sagrada.

Ser personaje de este tiempo
y a la vez estar fuera de él.

Querer ser necesario,
cuando el que necesita es uno...

Mandar al carajo toda la teoría
preñada de individualismo ególatra,
terminar con mis ansias de Mesías iracundo.

Y, en última instancia,
mi amigo,
dejar de mentirte:
no hay posibilidad de existencia
feliz en este mundo
que tuvo la desgracia de verte nacer
en lo más alto
de su rotundo y fétido seno.


De Cariñando en Humedades

LOCURA AFERRADA

Me aferraré a mi locura.

No dejaré que nadie se atreva
a mancillar mi lógica creencia de desenfado
con el débil y trillado argumento
de la posición social,
el confort
o el utilitarismo.

Esta era es un tiempo de desencanto
y los seres pretenden transcurrir intactos,
firmes, seguros y sin tacha,
como si la realidad no pesara,
como si el dolor no existiera,
como si la autoridad no ordenara
agresiva y estúpidamente altanera.

Y todo es un pesar
de tristes melancolías
y sueños despedazados...

Es que hasta su desinterés molesta.


De Cariñando en Humedades